El término espasticidad a menudo se asocia a pacientes con discapacidades graves que, tras una lesión cerebral severa, desarrollan contracturas musculares y articulares graves que provocan deformidades significativas. Sin embargo, esta percepción no refleja por completo la práctica clínica. La espasticidad también representa una manifestación destacada en pacientes con alta funcionalidad, en quienes contribuye de manera significativa a las alteraciones de la marcha. A menudo, estas alteraciones se atribuyen de forma exclusiva y errónea a déficits de fuerza muscular, cuando en realidad la propia espasticidad —un factor que se suele subestimar— desempeña un papel crucial.

La espasticidad entraña un doble reto a nivel clínico. Por un lado, reduce la elasticidad muscular y enmascara el grado de fuerza voluntaria residual. Por otro lado, puede aportar de manera paradójica cierto beneficio funcional, que permite a los pacientes mantener la bipedestación e incluso mejorar la seguridad de la marcha mediante mecanismos compensatorios. No obstante, la espasticidad crónica favorece la remodelación de los tejidos blandos y el desarrollo progresivo de deformidades esqueléticas, lo que refuerza la necesidad de una minuciosa evaluación y un tratamiento precoz.

Una evaluación precisa de la espasticidad requiere de la integración de exploraciones estáticas y dinámicas, especialmente en lo que al análisis de la marcha se refiere, siendo este uno de los ámbitos más sofisticados de la rehabilitación neurológica. El enfoque tradicional centrado en las grandes articulaciones, como la cadera o la rodilla, pasa por alto el papel fundamental de la dinámica vectorial, la distribución del torque y la contribución de músculos más pequeños pero primordiales, como el sóleo y el gastrocnemio. Asimismo, el reconocimiento de fases de la marcha, como los rockers (balancines) de talón, tobillo y antepié, pone de manifiesto cómo las disfunciones menores pueden repercutir en todo el patrón locomotor. La identificación del primum movens, el déficit primario subyacente, resulta fundamental para una adecuada planificación terapéutica.

En la Unidad de Rehabilitación Especializada de la Fundación Gaetano y Piera Borghi, la práctica clínica se centra en una evaluación exhaustiva y un tratamiento individualizado. La terapia con toxina botulínica se ha consolidado como intervención de referencia, aplicada en el marco de un abordaje multidisciplinar. Su adecuada utilización va más allá de la destreza técnica en el procedimiento de infiltración: abarca la selección precisa del músculo bajo control ecográfico o mediante estimulación eléctrica, así como la minuciosa determinación de la dilución y de la dosis. Resultan de igual importancia las estrategias estructuradas de rehabilitación posteriores a la infiltración. Los resultados óptimos dependerán del trabajo coordinado de un equipo multidisciplinar integrado por fisiatras, personal de enfermería, fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales, auxiliares de enfermería, logopedas y neuropsicólogos. Todas las intervenciones se enmarcan en un Plan de Rehabilitación Individualizado (PRI), concebido con un enfoque centrado en el paciente.